lunes, 5 de marzo de 2012

Sentate, tenemos algo que decirte II

Entonces mis viejos se iban a separar, y yo ahí aplaudiendo. Se imaginan las caras.

Mi razonamiento lógico fue este: Como hija, sí, todo mal, tus papis se separan, bujujú.
PERO, como hermana mayor, una tiene sus responsabilidades. Y en esa posición, yo repasé mentalmente las situaciones cotidianas. Ejemplo: La cena:

Madre: Padre, ¿me pasás la sal?
Padre: Sí, tomá.
M: Gracias.
P: De nada.

Eso podría parecer una conversación normal y común de cualquier mesa.
Ahora imagínense que mandaron esa conversación por mensajito a un teléfono fijo, y que recita la conversación la máquina, con ese tono neutro.

Bueno, así eran las interacciones de mis padres. Todas correctas, todas carentes de amor. Por dios!
No podía no alegrarme porque esos prospectos de máquinas dejaran de dar el ejemplo a mis hermanitos, no se si me explico.

Así que me puse contenta. Por los pibes, y, sinceramente, por ellos, que eran infelices hacían ya muchos años.

Yo vivía ya en Buenos Aires, mientras que ellos seguían en el Pueblito del Infierno. Pero esa primer noche sin mi viejo en casa, estuve ahí, y la lógica se me fue a la mierda: me sentí re mal. Pasado el primer momento amargo, fue obvio que fue mejor así.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Que buena descripción! si, fue mejor...